Cada vez que alguien habla, hay alguien escuchando.
Generalmente el que escucha es otra persona. Pero aún cuando no haya otra persona, cuando nos hablamos a nosotros mismos, siempre está el escuchar de la persona que habla.
En la comunicación, por lo tanto, no se da el hablar sin el escuchar y viceversa. Cuando el hablar y el escuchar están interactuando juntos, estamos en presencia de una conversación, en consecuencia, es la danza que tiene lugar entre el hablar y el escuchar, y entre el escuchar y el hablar.
Conversar no es hablar con la otra persona
sobre cualquier cosa, ni discutir un tema sin llegar a un acuerdo, ni exponer un
argumento y esperar a que el otro haga lo mismo sin querer prestar atención y
entender. Tampoco es decirle al otro todo lo que te
ha pasado sin que te importe sinceramente lo que al otro le esté sucediendo, ni
escuchar al otro padeciendo lo mismo.
Resulta fácil, pues de por sí, muchos
creen tener claro lo que es conversar, pero la cruda realidad es que estamos en
un mundo interconectado a nivel mundial, sin hablar y mantener una relación de
intercambio de mensajes productivos entre personas. Se podría decir que nunca
habíamos estado tan conectados y sin saber decir algo que aporte tanto en el
interlocutor, que lo dice como en el que escucha.
Se ha demostrado no entender el poder
real de una buena conversación. Ésas que se producen muy de vez en cuando, de
las que no quieres que terminen, de las que terminan y sientes que algo en ti
ha cambiado. Suele pasar que a veces tenemos la suerte de encontrar ese momento
donde hablamos y somos escuchados, y como por una fuerza extraña estamos
interesados en escuchar y dejar hablar. Demostramos que le damos más
importancia a hablar que a escuchar, dejando así la prueba de nuestra
ignorancia con respecto al tema.
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